Archivo Regional de la Comunidad de Madrid
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La Comunidad de Madrid vuelve la mirada a las profesiones antiguas en la exposición Oficios de antaño. Testigos de una sociedad perdida, que se puede ver en el nuevo espacio expositivo permanente del Archivo Regional de la Comunidad de Madrid, ubicado en la antigua fábrica de cervezas El Águila.
La muestra realiza un recorrido por las profesiones desde el año 1577 hasta mediados del siglo XX a través de 70 imágenes procedentes de los fondos de Martín Santos Yubero y Nicolás Muller, y de la colección madrileños, así como de 12 destacados documentos procedentes de los fondos documentales.
Martín Santos Yubero, fotorreportero del Madrid del siglo XX, recorrió sus calles retratando a la gran variedad de tipos que las poblaban, como los que se ganaban la vida con los oficios que protagonizan esta muestra y que hoy forman parte de un casticismo perdido: los serenos, los faroleros etc.
Las imágenes de Nicolás Muller aportan una mirada social y comprometida, especialmente volcada hacia el mundo rural y sus gentes, tal y como se plasma en diferentes fotografías de trabajadores del campo español.
La colección madrileños añade una tercera visión, la del pueblo visto por el propio pueblo, ya que se trata de un conjunto fotográfico que surgió de un proyecto llevado a cabo por la Comunidad de Madrid en el año 2007 para la recogida de fotos realizadas y aportadas por los ciudadanos, que abarca desde finales del siglo XIX hasta el presente.
Complementando los fondos fotográficos, esta exposición incluye una selección de escritos, como las Ordenanzas de los Cinco Gremios Mayores de Madrid (1763) o las Ordenanzas del Gremio de Maestros de Hacer Coches (1666), así como una Real Cédula de Carlos II en la que se detallan, para el conjunto de los territorios españoles, todos los géneros y mercaderías y el precio que debían tener, y donde se realiza una pormenorizada relación de los oficios existentes a finales del siglo XVII en la Villa y Corte.
Archivo Regional de la Comunidad de Madrid
Probablemente, los llamados servicios públicos sean el grupo de oficios que menos cambios haya experimentado con el paso del tiempo. La mayor parte de ellos han mantenido su esencia y características primigenias, aunque incorporando las múltiples posibilidades que aportan las nuevas tecnologías.
Algunos de ellos, en cambio, desaparecieron, pero han sido capaces de seguir muy vivos en la memoria de aquellos que los conocieron. El cine, la televisión y la literatura se han encargado de ello. ¿Quién
no recuerda a los serenos, a los faroleros, a los cobradores del autobús, a los guardagujas del tranvía, a los fogoneros del tren o a los populares pregoneros?
Agrupamos en esta selección una serie de actividades que se realizaban de forma manual, donde eran imprescindibles la fuerza y la habilidad física. Encontramos aquí a las típicas lavanderas que realizaban su faena en lugares públicos, a los descargadores de mercancías, a los trabajadores de la metalurgia y a los obreros que asfaltaban de forma casi artesanal las carreteras de la España de los años 40.
Otras de estas profesiones, como los instaladores de telefonía en postes, han conseguido mantenerse, aunque el rápido avance de los sistemas de comunicaciones les augura un próximo final. Algunas, en cambio, no sobrevivieron a los nuevos tiempos y muy pocos recuerdan ya a los mozos de cuerda o a los fumistas.
Muchos trabajos, hoy en su mayoría altamente mecanizados, a principios y mediados del siglo pasado se realizaban de forma casi artesanal. Son oficios que han sufrido una gran evolución con el paso de los años, tanto en la manera de ejecutarse como en las materias primas empleadas.
Los talleres, de los que ya van quedando menos, daban empleo a buena parte de la población y en ellos se llevaban a cabo oficios muy diversos como joyeros, sastres, alfareros, trabajadores en telares o ceramistas.
Los oficios artísticos tenían un carácter más individual y muchos de ellos estaban asociados a la industria del espectáculo y las tradiciones más arraigadas de la cultura española.
Para charlatanes, organilleros, limpiabotas, afiladores, lañadores, castañeras, floristas, vendedores ambulantes o traperos, la calle era su lugar de trabajo. Daba igual si el tiempo acompañaba o no, miles de personas constituían parte del paisaje de las ciudades ejerciendo profesiones que a veces no eran tales, sino una forma de ganarse la vida en tiempos en los que llevar unas perrillas a casa significaba tener algo que llevarse a la boca.
Muchos de estos oficios los ejercían gentes trashumantes que llegaban a los barrios ofreciendo su trabajo. Formas de vida cuya presencia es ahora residual, casi todas desaparecidas de nuestras calles, que forman parte de un pasado costumbrista y entrañable que nos recuerda que no siempre cualquier tiempo pasado fue mejor.
A lo largo del siglo XX, España está cambiando y, con ella, los oficios y las profesiones que se pueden ver en sus calles. Lentamente, las grandes ciudades se van industrializando y orientando hacia el sector Servicios.
Los establecimientos familiares y profesiones individuales coexisten con la aparición de nuevas fábricas. Todos prestan sus servicios y ofrecen sus productos a la ciudadanía, ya fuera en locales, a través de repartos o buscando clientes de forma individualizada.
Conviven distintos tipos de venta: la de los productos al por mayor de las fábricas e industrias con la de los establecimientos de barrio donde el trato cercano, el fiar para el día siguiente y los encargos, son los protagonistas del día a día.
A partir del primer tercio del siglo XX aparecieron oficios, considerados en su día ‘modernos’ por novedosos, pero que, tras la progresiva implantación de las nuevas tecnologías, quedaron obsoletos y debieron adaptarse a los nuevos tiempos.
Muchos de estos nuevos trabajos supusieron la incorporación de la mujer al mercado laboral y, durante décadas, profesiones como telefonista, mecanógrafa, taquígrafa o estenotipista parecían estar reservadas para el sector femenino.
En esta sección también hay hueco para otros oficios a los que se recuerda con nostalgia, como el simpático fotógrafo minutero o los relacionados con el mundo de la imprenta, como los cajistas o los linotipistas, profesionales a los que la revolución digital ha condenado al olvido.
En el mundo rural existe una gran diversidad de actividades económico-productivas. La mayor parte de las profesiones que forman parte de este apartado se realizaban por personas que residían en pueblos y aldeas cuya forma de vida era, muchas veces, un medio de subsistencia.
A partir de 1950, la España rural comenzó a despoblarse y algunas de estas ocupaciones desaparecieron o quedaron muy mermadas. La gente emigró a las ciudades y otros sectores, como la industria y los servicios, experimentaron un gran desarrollo.
Hoy, gran parte de esas profesiones continúan realizándose, aunque han experimentado profundos cambios que llegaron con la especialización, la introducción de maquinaria moderna y la adaptación a las nuevas tecnologías.
El noble oficio de escribano tiene sus orígenes ya en la antigüedad y, a lo largo de los siglos, irá evolucionando hasta llegar a convertirse en el actual notario que todos conocemos. Es precisamente el producto de su trabajo, estos infinitos protocolos notariales, lo que da origen al Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, ya que estos profesionales ponían por escrito los asuntos que cualquier ciudadano precisaba que tuviesen valor legal.
Los escribanos y notarios son testigos directos e imparciales de la actividad de la sociedad en todas sus facetas y, gracias a algunas de las escrituras que ellos formalizaban, a partir del siglo XVI podemos conocer casi cualquier aspecto de la vida profesional, diaria y cotidiana de nuestros antepasados.
Fuente del texto: Archivo Regional de la Comunidad de Madrid
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