Museo Nacional del Prado
Calle Juan de Alarcón, 23
🚇 Banco de España
Se puede ver la exposición hasta el 3 de marzo de 2024.
Junto a obras de la colección del Prado, que descubren el resultado de un largo proceso de investigación sobre sus reversos, se exponen generosos préstamos de instituciones nacionales e internacionales como Assemblage i graffiti, 1972 (Assemblage y graffti) de Antoni Tàpies procedente de la Fundación Telefónica; Cosme I de Médici de di Cosimo, il Bronzino, de la Colección Abelló; el Autorretrato como pintor de Van Gogh procedente del Van Gogh Museum de Ámsterdam; Artista en su estudio de Rembrandt, del Museum of Fine Arts de Boston; o La máscara vacía de Magritte del Kunstsammlung Nordrhein-Westfalen de Düsseldorf, alcanzando casi el centenar de obras expuestas.
Capítulos que tratan diferentes aspectos relacionados con las traseras, acogerá autores que por vez primera se exponen en el Prado como Van Gogh (1853-1890), René Magritte (1898-1967), Lucio Fontana (1899-1968), Pablo Palazuelo (1915-2007), Antoni Tàpies (1923-2012), Sophie Calle (1953), Vik Muniz (1961), Michelangelo Pistoletto (1933) y José María Sicilia (1954) o Wolfgang Beurer (f. 1480-1504), Louis-Léopold Boilly (1761-1845), Carl Gustav Carus (1789–1869), Vilhelm Hammershøi (1864–1916), Martin van Meytens (1695-1770), Wallerant Vaillant (1623-1677), Ernst Ludwig Kirchner (1880-1938) y Max Liebermann (1847-1935).
Arranca con El artista tras el lienzo, atravesando esa puerta dimensional que nos señala Velázquez en el enigmático dorso del cuadro que pinta en Las meninas, con una sección sobre representaciones de reversos de cuadros en los talleres de los pintores. Estos, a menudo, se autorretratan tras uno de ellos pero incluso cuando no aparecen asociados tan directamente al trabajo del artista, tienen una presencia muy destacada en ese entorno, como objetos de especial significación en los estudios de los pintores.
La representación del reverso regresa en Esto no es una trasera, capítulo en el que parafraseando a Magritte, reúne algunos trampantojos que representan reversos de pinturas. Se trata de un asunto meta-artístico que demuestra la gran significación que para los artistas podía llegar a tener la cara escondida de las obras, en la que se imitan las notas, inscripciones, dibujos, etc., que es habitual encontrar en ella.
Uno de los elementos que integran el soporte pictórico protagoniza la segunda sección: El bastidor como cruz. Esa estructura invisible del cuadro es usualmente una cruz de madera que, entre otras cosas, permite agarrarlo cuando va a moverse de lugar. Cuando el artista –en un gesto que forma parte de su cotidianidad y que incide en esa consideración del cuadro como objeto tridimensional que estamos explorando– carga con la cruz del bastidor para trasladar dentro del taller o llevarla al exterior, para pintar al aire libre, interpreta una especie de vía crucis que simboliza los esfuerzos y las penalidades del trabajo artístico.
El capítulo central de la exposición, Caras B, se dedica a las obras que pueden calificarse como “bifaces”. En ellas, el reverso tiene entidad artística y complementa la imagen principal en diversas modalidades. Puede mostrar la espalda de una figura que se veía de frente, un paisaje o una escena alegóricos que matizan el sentido de la representación principal, información heráldica, temas religiosos vinculados, retratos… Se añaden algunas obras en las que el reverso expone huellas del proceso de creación, con dibujos, esquemas geométricos o caprichos expresivos en El lado oculto.
En Más información al reverso se aborda un problema clásico en la pintura. A pesar de que palabra e imagen convivieron con cierta facilidad hasta la Edad Media, llegó el momento en que los artistas confiaron a la segunda todo el peso de la narración. Y cuando necesitaron transmitir datos, identificar temas o personajes, incluir textos accesorios o comentarios sobre la realización de la obra, lo hicieron casi siempre escribiendo en la trasera.
La información puede haberse añadido posteriormente, en forma de etiquetas y sellos que ayudan a trazar la historia de las obras: las colecciones a las que pertenecieron, los palacios que decoraron, los viajes que realizaron, las intervenciones de conservación que sufrieron…
Otras veces, como en Ornamentos y fantasmas, se descubren en los reversos historias contenidas en los propios materiales: telas que tuvieron usos domésticos o que dan cobijo a involuntarios fantasmas que aparecen al ser traspasadas por los aceites. Por otra parte, en Pliegues, cortes y recortes, las antiguas restauraciones y las modificaciones que se efectuaron para adaptar las pinturas a nuevas ubicaciones o nuevos usos, quedan a la vista en reversos que incluyen remiendos, recortes o dobleces que condenan de cara a pared una parte de la imagen.
Es fácil simplificar la experiencia de “enfrentarse” a un cuadro como una cuestión de frentes: el de la obra y el espectador. Mirar la pintura implica situarse ante ella con la cara “principal”, en la que están los ojos. Pero hace tiempo ya que se entiende la experiencia del arte como algo más físico; todo el cuerpo, en todas sus dimensiones, participa de ella. Y tanto en las representaciones del artista trabajando en el taller como en la captación del público en acto de contemplación de las obras, en museos o exposiciones, es relativamente abundante que se nos muestren De espaldas, frente a la pintura. Dados la vuelta. Ellos miran de frente al arte pero el espectador los espía desde atrás, lo que provoca un dinámico juego de posiciones y de ocultación de miradas.
Por último, en Naturaleza de fondo, hemos investigado en la colección del museo qué materiales más o menos inusuales han servido de soporte a la pintura a lo largo de los siglos y hemos encontrado cobre, hojalata, pizarra, alabastro, corcho, ladrillo, porcelana o marfil. Y lo que siempre hay en las traseras es polvo. Se limpia regularmente pero las obras más grandes y pesadas se mueven con menor frecuencia. Hace poco, el Museo del Prado retiró de la pared la Transfiguración del Señor de Giovanni Francesco Penni, lo que fue aprovechado por Miguel Ángel Blanco para recoger el polvo acumulado, con el que ha realizado tres libros-caja para su Biblioteca del Bosque, que cierran el recorrido.
Fuente del texto y fotos: Museo Nacional del Prado
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